Capítulo 2.3

Regresó de nuevo a la realidad y, una vez fuera de sus cavilaciones, supo que debía contárselo, desmentir todo aquello que Danielle había inventado, y debía hacer ahora. Pero cuando se encaminó a la mesa de la chica, seguro de si mismo, vio como Simon se acercaba a ella con las manos metidas en los bolsillos y le tendía algo envuelto en un papel de regalo brillante y escandaloso. 
Se fijó entonces en él. El pelo liso y claro, castaño, estaba despeinado y caía formando un pequeño flequillo sobre la frente. Tenía los pómulos altos, casi siempre sonrosados debido a la claridad de su piel, y los labios eran gruesos, tal vez no lo demasiado como para resultar atrayentes, pero si lo suficientes como para acoger los labios de una chica. Como había visto minutos antes en el aparcamiento con Patrice.
Hugo torció el rostro y regresó a su asiento mientras, a sus espaldas, oía la charla interminable de Simon y Danielle, que si bien parecía fría, empezaba a tornarse cálida por momentos. <<Tal vez sea mejor así>> pensó, aferrando con fuerza su libreta roja de Oxford <<Ella se ha enamorado de mí porque no me conoce, porque no sabe nada de mi pasado. Si acepto, si empezamos a... a salir, y me decido a contárselo un día, solo lograré hacerle daño. A ella y a mí mismo>>.
A su lado, el estuche de Winnie the Pooh empezaba a parecerle ridículo, pero no se sentía capaz de deshacerse de él por todos los recuerdos que contenía, así que, lleno de vergüenza, le dio la vuelta para que solamente se viera la parte lisa y roja. Cogió el lápiz y trazó líneas en las últimas páginas de la libreta, intentando olvidar la conversación que estaba teniendo lugar a su espalda, pero no lo consiguió. 
- ¡No puedo creer que lo hallas conseguido! - exclamaba Danielle, y aunque no la veía, supo que estaba sonriendo. - ¿Pero ya ha salido? ¿Cómo es posible?
- Estaba en... bueno, en Nostromo
Hugo enarcó sendas cejas ¿Nostromo? Oh Dios, aquella tienda era terriblemente friki. Esperaba que al menos Danielle, con su sentido del humor y de vestir, no formara parte de aquella sexta de locos. <<Ya lo decía yo>> se advirtió a si mismo <<Ese gafotas tiene pinta de ser un imbécil total>>.
Haciendo arduos esfuerzos, Hugo se levantó y se encaminó hacia la mesa de Danielle sintiendo como el corazón le martilleaba en el pecho. Tragó saliva, pero esta se le quedó atascada en la garganta, y a punto estuvo de toser y hacer el ridículo allí en medio. Cuando la muchacha reparó en él, se le cambió el rostro y la palidez se acentuó aún más. Se pasó un mechón de pelo por la oreja y se mojó los labios.
- Yo... yo tengo... tengo que hablar contigo -dijo, y no supo como había logrado hablar. 
- Am... ok... em... ¿Simon?
Miró al chico, cuyos ojos rezumaban algo extraño, solo parecido a la ira, y se levantó intentando contener su temblor. 
- Ya claro, no te preocupes. Ahora mismo me voy. -Había respondido de una forma muy dura, y sus actos no dejaban lugar a dudas; odiaba a Hugo, lo odiaba con toda su alma. 
La clase debería haber empezado, pero el profesor no llegaba, así que salieron al pasillo y se apoyaron en la pared. No eran los únicos que aprovechaban aquellos momentos para hablar, pues varias pandillas, incapaces de hablar en el limitado espacio de las clases, se expandían alrededor de taquillas y puertas. 
- Respecto a lo de ayer, creo que las cosas no quedaron claras -intentó explicarse, pero se quedaba en blanco y el inglés empezaba a atascársele por primera vez en la vida.-
- Yo... no te preocupes Hugo, pensé que como te habías mudado aquí... Pero es normal que tengas una novia en España, ha debido de ser duro para ella, porque...
Le puso una mano en la boca, mandándola callar. 
- No tengo novia, Danielle. Pero si es cierto que hay alguien que me gusta...
Los puntos suspensivos parecían haberse convertido en sus muletillas favoritas. La joven sintió como todo su ser se encendía y quiso sonreír, pero se obligó a contenerse. 
- Me gustas tú, Danielle. No me expliques porque, pero me gustas. Y ahora me estoy muriendo de ganas de... -Se vio interrumpido por su abrazo y el olor a vainilla de su ser lo reconfortó <<Me estoy muriendo de ganas de abrazarte, de besarte, de quererte>> quería decir, pero la chica parecía haberlo comprendido por si sola. 
- Pero es demasiado precipitado. Yo jamás había sentido algo así por nadie, y mucho menos en tan poco tiempo, es como si...
- Como si un imán nos atrajese -completó él, y supo que así, uno frente al otro, él diez centímetros más alto que ella, los rostros pegados, era el momento perfecto para besarse. 

297588_221379014591471_196804880382218_679805_307699_n_large
Escrito por: Srta. Alicia Alina