Patrice le acababa de dar un dulce beso a Simon en la entrada del instituto, delante de todo el mundo. Todo el colegio conocía a Patrice, en cambio, a Simon apenas nadie, por eso todos los que los vieron "en plena acción" se quedaron perplejos, en silencio y con la boca abierta. Todos perplejos. Los chavales de las otras aulas, los compañeros de clase, las amigas de Patrice... Todos, menos Danielle, que subía rápidamente las escaleras con gesto de aversión, con sus cascos puestos. Ni siquiera le echó un vistazo a Simon. Éste en cambio despegó los labios de los de Patrice y se apartó de ella para ir a hablar con Danielle... Demasiado tarde, ella ya había cruzado la puerta principal y estaba dentro. El timbre acababa de sonar y los asombrados alumnos entraron en el instituto. Menos Raquel, la tímida hermana gemela de Patrice, que subió las escaleras y esperó a su hermana en la puerta principal.
-Eh, Simon, ¿Porqué me has apartado? -Dijo Patrice con un tono un poco enfadado.-
-Lo siento... Patrice, mira, me caes muy bien y me gustas un montón pero... Yo soy más antiguo, si prefieres llamarlo así. Soy más partidario de la flor roja y la caja de bombones, de el primer beso en la tercera cita, de mostrar nuestro amor en un lugar privado... Y soy más de camisetas frikis y converses. Lo siento. No puedo ir a tu ritmo, me atraes muchísimo pero somos muy diferentes y... -Patrice puso su dedo índice sobre los labios de Simon.-
-Cállate anda. Eso ya lo sé. Pero es algo negativo, debes ir más rápido y quitarte esa estúpida timidez de encima si quieres triunfar en el amor.
-Yo no quiero triunfar en el amor -Contestó Simon, tajante. Claro que quería. Pero triunfar con Danielle, no con ella.-
-No me mientas, cari. Sé que me dices todo esto para no hacerme daño, pero tranqui, dime la verdad.
-Es la verdad, Patrice...
-No es la verdad. El primer día de clase ví cómo mirabas a la chica bajita de las pecas.
-Se llama Danielle, y no son pecas, son manchas que le salen por exponerse tanto tiempo al sol teniendo la piel sensible. Y no es bajita, sólo que... -Patrice volvió a poner su índice sobre los labios del chico.-
-¿No te das cuenta? Estás enamorado de esa tal Danielle, claro que quieres triunfar en el amor. Pero tienes un obstáculo.
-¿Qué estás diciendo? -Preguntó Simon consternado.-
-Tu obstáculo es el chico español, el nuevo. Tu chica y él están tonteando, los vi ayer en el Starbucks. Soy miope, pero no ciega.
-No están tonteando... Creo que sólo son amigos... Creo. -Balbuceó el chico.-
-Mira Simon, me pareces un chico extremadamente dulce y discreto, un chico perfecto. Quedan pocos como tú, es decir, que ya no hay hombres a los que les guste ir tan despacio, o que sean antiguos, como tu dices. Y ser así es algo maravilloso, de veras. Quizás ahora no, pero dentro de poco le gustarás a muchas chicas. Por eso no quiero que desperdicies tu tiempo con alguien como yo, que le gusta ir tan rápido. No quiero que te sientas cohibido.
-Patrice, me gustas. En serio, eres guapa e inteligente, no quiero que te molestes conmigo, pero creo que tú y yo somos dos polos opuestos.
-Los polos opuestos se atraen -Dijo Patrice con una sonrisa pícara, acariciándole la mejilla a Simon- Pero no es nuestro caso. Nos gustamos, pero no vamos a llegar muy lejos, ¿no?
-Exactamente, lo has explicado tal y como yo lo iba a hacer. -Contestó el chico con una sonrisa.-
-Pues entonces... ¿Quedamos como amigos? Lo que hemos vivido a sido algo pasajero y olvidadizo, pero nuestra amistad puede funcionar... ¿verdad?
-Eso está hecho. Me encantaría tenerte como amiga. -Le dijo el chico.-
-Eh... ¿Patrice? Creo que la clase de Filosofía ya a empezado, ¿vienes? -Era Raquel, la gemela de Patrice.-
-Oh, claro que si. Vamos, Simon.
Las gemelas McCurdy y Simon se dirigieron a la clase de Filosofía impartida por la tía de Danielle, una mujer joven y menuda muy simpática. Llegaron tres minutos tarde, pero a la joven maestra no le importó.
-Bienvenidas, señoritas McCurdy, y señor Hook. Tomen asiento por favor, la clase va a comenzar.
Los tres alumnos se colocaron en cuarta fila sentados juntos. Simon quedó en el pupitre de en medio. El chico, al dar media vuelta para coger sus libros, se topó con la mirada de Danielle.
Tengo que darle el cómic que le compré. Pensó Simon. Se sostuvieron una fría mirada durante dos segundos, entonces el chicó le mostró una tímida sonrisa. Ella ni siquiera eso. Se limitó a mirarlo con ojos tristes, y él se mostraba confuso. Ella apartó la mirada y él se irguió hacia delante. Esto no duró más de diez segundos.
★★★
Hugo no podía dar crédito a lo que le había confesado Danielle. La chica había salido corriendo, y él se había quedado paralizado en medio de la acera sin poder hacer nada. El corazón se le iba a salir del pecho y le iba a romper todas las costillas, la cabeza le iba a estallar, y de sus mejillas empezarían a arder literalemente. Así se sentía. Quería gritar el nombre de Danielle para que ella regresara, pero no podía. Su garganta le escocía, y sentía tal dolor que las lágrimas de la confusión empezaron a derramarse por su rostro. Se sentía realizado, le gustaba a Danielle, y estaba feliz. Pero también aterrado por lo que ella haya podido pensar al ver su reacción.
Pensó que yo tenía novia. Y no hice nada para dejarle claro que se había equivocado. Danielle, tu también me gustas, y demasiado. Te quiero. Este pensamiento acompañó a Hugo durante el resto de la tarde, y toda la noche. Ni siquiera cenó, se acostó en su cama, frente a la ventana con vistas, y no dejaba de pensar en Danielle. Hugo pasó toda la noche escuchando a Coldplay, sus canciones y letras de amores imposibles, llorando al mismo tiempo. No pegó ojo, hasta le dio tiempo de ver el amanecer. Cada vez que se acababa el disco, volvía a poner la primera canción. Y así sucesivamente. Cada frase de cada canción le recordaba a Danielle, no dejaba de pensar en ella. Y no dejaba de llorar, y de lamentar haber nacido así; tímido, retraído, cohibido, asustadizo, cobarde. Pero a Danielle le gustaba. Hugo pensaba que ella estaba loca por gustarle una persona como él. Que ella era demasiado buena para él, demasiado perfecta. Y justo cuando salió el sol y los primeros tenues rayos de luz se colaron por la ventana y dejaron ver los surcos que se habían formado debajo de los ojos de Hugo, el chico se dió cuenta de que estaba enamorado de esa chica bajita, menuda, con pecas, y de ese pelo rubio con trozos rojos. Estaba enamorado. Vaya que si lo estaba.
Escrito por: Macarena
-No están tonteando... Creo que sólo son amigos... Creo. -Balbuceó el chico.-
-Mira Simon, me pareces un chico extremadamente dulce y discreto, un chico perfecto. Quedan pocos como tú, es decir, que ya no hay hombres a los que les guste ir tan despacio, o que sean antiguos, como tu dices. Y ser así es algo maravilloso, de veras. Quizás ahora no, pero dentro de poco le gustarás a muchas chicas. Por eso no quiero que desperdicies tu tiempo con alguien como yo, que le gusta ir tan rápido. No quiero que te sientas cohibido.
-Patrice, me gustas. En serio, eres guapa e inteligente, no quiero que te molestes conmigo, pero creo que tú y yo somos dos polos opuestos.
-Los polos opuestos se atraen -Dijo Patrice con una sonrisa pícara, acariciándole la mejilla a Simon- Pero no es nuestro caso. Nos gustamos, pero no vamos a llegar muy lejos, ¿no?
-Exactamente, lo has explicado tal y como yo lo iba a hacer. -Contestó el chico con una sonrisa.-
-Pues entonces... ¿Quedamos como amigos? Lo que hemos vivido a sido algo pasajero y olvidadizo, pero nuestra amistad puede funcionar... ¿verdad?
-Eso está hecho. Me encantaría tenerte como amiga. -Le dijo el chico.-
-Eh... ¿Patrice? Creo que la clase de Filosofía ya a empezado, ¿vienes? -Era Raquel, la gemela de Patrice.-
-Oh, claro que si. Vamos, Simon.
Las gemelas McCurdy y Simon se dirigieron a la clase de Filosofía impartida por la tía de Danielle, una mujer joven y menuda muy simpática. Llegaron tres minutos tarde, pero a la joven maestra no le importó.
-Bienvenidas, señoritas McCurdy, y señor Hook. Tomen asiento por favor, la clase va a comenzar.
Los tres alumnos se colocaron en cuarta fila sentados juntos. Simon quedó en el pupitre de en medio. El chico, al dar media vuelta para coger sus libros, se topó con la mirada de Danielle.
Tengo que darle el cómic que le compré. Pensó Simon. Se sostuvieron una fría mirada durante dos segundos, entonces el chicó le mostró una tímida sonrisa. Ella ni siquiera eso. Se limitó a mirarlo con ojos tristes, y él se mostraba confuso. Ella apartó la mirada y él se irguió hacia delante. Esto no duró más de diez segundos.
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Hugo no podía dar crédito a lo que le había confesado Danielle. La chica había salido corriendo, y él se había quedado paralizado en medio de la acera sin poder hacer nada. El corazón se le iba a salir del pecho y le iba a romper todas las costillas, la cabeza le iba a estallar, y de sus mejillas empezarían a arder literalemente. Así se sentía. Quería gritar el nombre de Danielle para que ella regresara, pero no podía. Su garganta le escocía, y sentía tal dolor que las lágrimas de la confusión empezaron a derramarse por su rostro. Se sentía realizado, le gustaba a Danielle, y estaba feliz. Pero también aterrado por lo que ella haya podido pensar al ver su reacción.
Pensó que yo tenía novia. Y no hice nada para dejarle claro que se había equivocado. Danielle, tu también me gustas, y demasiado. Te quiero. Este pensamiento acompañó a Hugo durante el resto de la tarde, y toda la noche. Ni siquiera cenó, se acostó en su cama, frente a la ventana con vistas, y no dejaba de pensar en Danielle. Hugo pasó toda la noche escuchando a Coldplay, sus canciones y letras de amores imposibles, llorando al mismo tiempo. No pegó ojo, hasta le dio tiempo de ver el amanecer. Cada vez que se acababa el disco, volvía a poner la primera canción. Y así sucesivamente. Cada frase de cada canción le recordaba a Danielle, no dejaba de pensar en ella. Y no dejaba de llorar, y de lamentar haber nacido así; tímido, retraído, cohibido, asustadizo, cobarde. Pero a Danielle le gustaba. Hugo pensaba que ella estaba loca por gustarle una persona como él. Que ella era demasiado buena para él, demasiado perfecta. Y justo cuando salió el sol y los primeros tenues rayos de luz se colaron por la ventana y dejaron ver los surcos que se habían formado debajo de los ojos de Hugo, el chico se dió cuenta de que estaba enamorado de esa chica bajita, menuda, con pecas, y de ese pelo rubio con trozos rojos. Estaba enamorado. Vaya que si lo estaba.
Escrito por: Macarena